No se trata de negar
todo lo obrado. Tampoco de imitar, plagiar o ignorar, al menos en consciencia.
Se trata de formar una base ideológica experiencial y construir, a partir de
ella, el balance retórico que tanto agrada a los especialistas y que, sin lugar
a dudas, constituye uno de los propósitos primarios de nuestra organización.
De esta forma, estas
líneas rehúsan desde el principio ser un marco teórico funcional, al mismo
tiempo que pretenden sí, indagar en los pilares esenciales, las creencias de
base que constituyen nuestra forma de percibir y dar sentido a nuestro periplo,
planteando más preguntas que respuestas y con la esperanza de que esto último
cambie jamás. Tal vez la única forma de delimitar el espacio de realidad en el
que nos situamos y hacia donde vamos, sea levantando líneas aún precarias,
quizás, de sentido y sustento, mas no de espíritu. Pues bien, ¿comencemos?
Afirmando la mejilla
contra el frío de la cerradura, múltiples ciencias estudian el fenómeno humano.
Todas desde una puerta distinta, deduciendo e induciendo, especulando y
calculando, afirmando y negando, presentando modelos y teorías desde paradigmas
ancestrales, donde el cálculo de veracidad es directamente proporcional al
temporal. Y está bien. Imposible sería comprender nuestro propósito y es el
misterio quien nos mantiene en la búsqueda. Nuestra propuesta no es distinta y
es necesario comprenderlo, aceptarlo y abrazarlo.
Desde esta consciencia
dibujamos al ser como un tejido de redes interconectadas en constante
movimiento y acción. Tal como una artesana da vueltas y vueltas por el telar uniendo
puntada tras puntada variados hilos en colores, formas y grosor; que el ser se
construye articulando emociones, conocimientos, acciones, herencia genética y
cultural, recuerdos, energía… y cuanto más podamos nombrar y no; como posibles
condicionantes y no determinantes, hacia la formación de una persona que jamás
acaba, que se forma y re-forma en ritmo perpetuo y constante.
Cada uno de los hilos
de este tejido, de forma consciente e inconsciente, forma el paradigma de lo
humano como ser individual y diverso, y es a través de él que el tiempo y el
mundo, lo sensorial y todo aquello que no lo es, al unísono, cobran sentido
para él.
¿Cuál color será
predominante?, ¿qué forma tendrá en un momento determinado?, ¿cuántos hilos
serán utilizados en la construcción del tejido?, son preguntas que han cobrado
especial relevancia en estos tiempos, quizás más que nunca antes, al examinar
una realidad que poco se ha ocupado del ser, frente al deber y al hacer.
Hemos participado en
la construcción de espacios fríos de sentir, fríos de expectativas, hablado de
determinación, de categorías discretas, de conocimientos útiles, de
oportunidades, de igualdad y su ficción. Hemos basado nuestras acciones en la
misericordia, el trabajo en la dignidad, el intercambio en la rentabilidad. Hoy
nuestra sociedad se presenta carente de emoción, con un rumbo trazado por la violencia
de una cultura hegemónica que silencia nuestro sentir y que poco a poco, nos
vuelve más violentos.
Sin embargo, lejos de
pesimismos frente al estado actual de las cosas y compartiendo ideales de base
de tantos otros, concebimos el espacio educativo como la esfera de protección
suficiente que dote a este ser, a cada uno de los hilos de nuestros tejidos,
del sentido que naturalmente le pertenece.
Sin reducir el
aprendizaje a edades, murallas, currículo, cognición y uniformidad, sino observándolo
como un estado constante del ser, en todo espacio y momento, vemos en esta
acción la base para transformar y no reproducir, donde conflicto no es violencia,
sino desafío, diálogo, conexión y crecimiento.
En nuestra experiencia
vital y profesional, la emoción no es accidental al proceso de aprendizaje,
sino condición de existencia del mismo, pues, si se lo permitimos, lo dota de
valor único e imperecedero. Significativo. Transformativo.
De esta forma, si buscamos
revitalizar esa emoción que, muchas veces, lucha por ser escuchada sin
cuestionamientos patológicos, sin categorías estáticas ni prejuicios, esa
emoción que activa nuestra mente en conexiones y deseos, que nos vuelve
creativos y empáticos; lograremos aprender no solo del mundo que nos rodea, sino
de nosotros mismos y de nuestros desiguales, aquellos con quienes nos
conectamos.
Rechazando la igualdad
como un mínimo útil para el funcionamiento de las categorías actuales,
aspiramos a reconocer en nuestra diversidad, con empatía, justicia y
honestidad, la forma de relacionarnos.
En este sentido,
concebimos el arte como una de las agujas que puede unir los hilos que
conforman nuestro tejido, al mismo tiempo que permite el establecimiento de
vínculos no superficiales y abre las puertas para analizar y criticar nuestra
realidad, apuntando a la creación y transformación de materia y pensamiento.
Querida lector,
acordamos una presentación, el lienzo esencial -casi blanco casi terso- de
aquello que nos une y constituye, alejándonos por ahora de citas y legalidades,
pretendiendo solamente situar el espacio ideológico que guía nuestro actuar,
conscientes de lo ilusorio de fijar imperativos y reconociendo nuestra
inocencia, al mismo tiempo que luchamos por mantenerla. Siendo así, solo resta
afirmar…
Somos Educasentir